A veces unas simples caladas al cigarro pueden transformarse en algo mágico. Hoy, a medianoche, tumbada en el techo y observando las pocas estrellas que pueden con el smog en Santiago, mi mente divagó y divagó tratando de encontrar la forma en que éstas se hicieran presente en demasía para mí sólo por esta vez. Pero a cambio de eso, en vez de presentarse las demás, comenzaron a moverse las que estaban de forma rectilínea llegando a asustarme un poco. Pensé que se trataba de aviones, pero luego me di cuenta de que era imposible que volaran a tal altura y que todo se debía al efecto del cigarro en el organismo cuando se está recostado. Me mantuve absorta por un tiempo mirando el negro de la noche hasta que la reencarnación de Kasimir me liberó de la ilusión con su maullido habitual y no pude evitar apretarlo entre mis brazos y mecerme junto a él con el jazz que se oía de fondo desde la pieza de mi primo, el loco desquiciado.
Publicado por Revelaciones de un añil opaco el miércoles, 24 de diciembre de 2014 a las 1:53 a.m.