A veces creo ser demasiado vieja para mi entorno.
Demasiado aburrida, demasiado efímera en el amor.
Quizá por eso todos terminan aburriéndose de mí y de lo anticuada y caprichosa que puedo llegar a ser a veces. De la obsesión que tengo por manejar las cosas indomables, por ese deleite que me produce rozar el peligro con las yemas de mis dedos. Por fingir que se me ha concedido el poder de gobernar en las mentes ajenas. (aunque -crean o no- muchas de las veces que he profanado las sienes de mis compañeros he logrado sacarles algo que se han guardado durante días, meses e incluso años, lo que me da a pensar que quizá el titiritero estornudó sobre mí dejando residuos que me han beneficiado a tal punto que me he convertido en una niña de verdad.). A lo mejor eso mismo que acabo de escribir termina por asustarlos a todos.
*cambio de tema*
Fui al oculista.
El señor de bonita voz que me atendió, me dijo que debía usar lentes con urgencia.
Ahora que ya me han sido entregados me encuentro un tanto fascinada, como una recién nacida que observa con ojos de admiración todo lo nuevo que se le presenta. Ahora veo todo con mucha más nitidez, incluso hoy pude ver como una abeja movía sus antenas mientras padecía de espasmos en su parte trasera posada en el pasto frente a mí, cuando me balanceaba en la banca de mi patio.Publicado por Revelaciones de un añil opaco el domingo, 4 de agosto de 2013 a las 1:22 a.m.