A mis dieciocho años de edad el pololo nunca fue mío, nunca fui la polola de alguien tampoco.
A mis dieciocho años de edad me llegó un niño; blanco como la leche, risueño como esos tíos de campo a los que se les visita un dieciocho, flojo como los innumerables gatos que he tenido. Y lo mejor de todo es que aún no se me ha ido. Me gusta, me gusta que haya llegado en mi mayoría de edad a enternecer mis días, que tenga todo aquello que no pedí porque así me parece más divertido. Me gusta su afición por los juegos, por su percepción de la vida un poco más infantil que el resto. Me gusta que hable harto porque así tengo más tiempo para mirarlo y seguir inquietándome por sus ojos que de cafés pasan a tornarse negros.
*ley de atracción, ley de atracción, haz tu pega*
Publicado por Revelaciones de un añil opaco el jueves, 18 de septiembre de 2014 a las 9:54 p.m.